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que viera el bonito regalo que le había llevado. Y
vino María Eduvigis, enormemente rosa, con un
traje blanco lleno de plieguecitos, realmente
fenómeno. Yo estaba muy fastidiado al darle el
regalo, porque estaba seguro de que iba a
parecerle una birria, y estaba muy de acuerdo con
la señora Courteplaque cuando le dijo a mamá que
no habríamos debido. Pero María Eduvigis pareció
muy contenta con la cocina; ¡las chicas son muy
raras! Y después mamá se marchó, diciéndome otra
vez que me portara bien.
Entré en la casa de María Eduvigis, y
había dos niñas, con trajes llenos de
plieguecitos. Se llamaban Melania y Eudoxia, y
María Eduvigis me dijo que eran sus dos mejores
amigas. Nos dimos la mano y fui a sentarme en un
rincón, en un sillón, mientras María Eduvigis les
enseñaba la cocina a sus mejores amigas, y Melania
dijo que ella tenía una igual, pero en mejor; pero
Eudoxia dijo que la cocina de Melania no estaba
tan bien, seguramente, como la vajilla que le
habían regalado a ella el día de su santo. Y las
tres empezaron a discutir.
Y después llamaron a la puerta, varias
veces, y entraron montones de niñas, todas con
trajes llenos de plieguecitos, con regalos
idiotas, y había una o dos que habían traído sus
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muñecas. Si lo hubiera sabido, habría traído mi
balón de fútbol. Y después la señora Courteplaque
dijo:
 Bueno, creo que ya estamos todos;
podemos pasar a merendar.
Cuando vi que era el único niño, me
dieron ganas de volver a casa, pero no me atreví,
y tenía la cara muy caliente cuando entramos en el
comedor. La señora Courteplaque me hizo sentar
entre Leontina y Berta, que también, me dijo María
Eduvigis, eran sus dos mejores amigas.
La señora Courteplaque nos puso unos
sombreros de papel en la cabeza; el mío era uno
puntiagudo, de payaso, que se sujetaba con una
goma. Todas las niñas se rieron al verme, y aún
tuve más calor en la cara, y la corbata me
apretaba terriblemente.
La merienda no estaba mal: había pastas,
chocolate, y trajeron una tarta con velas, y María
Eduvigis sopló y todas aplaudieron. Yo, es
gracioso, no tenía hambre. Y eso que aparte el
desayuno, la comida y la cena, lo que prefiero
es la merienda. Casi tanto como el bocadillo que
comemos en el recreo.
Las niñas comían mucho, hablaban todo el
tiempo, todas a la vez; se reían y fingían darle
tarta a sus muñecas.
Y después la señora Courteplaque dijo que
íbamos a pasar al salón, y yo fui a sentarme al
sillón del rincón.
Luego, María Eduvigis, en medio del
salón, con los brazos a la espalda, recitó una
cosa que hablaba de pajaritos. Cuando acabó, todos
aplaudimos, y la señora Courteplaque preguntó si
alguien quería hacer algo, recitar, bailar o
cantar.
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 ¿Quizá Nicolás?  preguntó la señora
Courteplaque . Un niño tan simpático, seguramente
sabrá recitar algo...
Yo tenía una gran bola en la garganta, y
dije que no con la cabeza, y ellas se rieron
todas, porque debía parecer un payaso con mi
sombrero puntiagudo. Entonces Berta le dio su
muñeca a Leocadia para que se la guardara, y se
sentó al piano a tocar algo, sacando la lengua,
pero se le olvidó el final y se echó a llorar.
Entonces la señora Courteplaque se levantó, dijo
que estaba muy bien, besó a Berta y nos pidió que
aplaudiéramos, y todas aplaudieron.
Y después María Eduvigis puso todos sus
regalos en medio de la alfombra, y las niñas
empezaron a soltar gritos y montones de risitas, y
eso que no había ni un juguete de verdad en el
montón: mi cocina, otra cocina más grande, una
máquina de coser, trajes de muñeca, un armarito y
una plancha.
 ¿Por qué no vas a jugar con tus
amiguitas?  me preguntó la señora Courteplaque.
Yo la miré sin decir nada. Entonces la
señora Courteplaque batió palmas y gritó:
 ¡Ya sé lo que vamos a hacer! ¡Un corro!
¡Yo tocaré el piano y vosotros bailaréis!
Yo no quería ir, pero la señora
Courteplaque me cogió del brazo y tuve que darle
la mano a Blanquita y a Eudoxia, nos pusimos todos
en corro, y mientras la señora Courteplaque tocaba
su canción al piano, empezamos a dar vueltas.
Pensé que si me veían mis amiguetes, tendría que
cambiar de escuela.
Y después llamaron a la puerta, y era
mamá que venía a buscarme; estaba terriblemente
contento de verla.
 Nicolás es un cielo  le dijo la señora
Courteplaque a mamá , nunca he visto un niño tan
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bueno. Quizá sea un poco tímido, pero de todos mis
invitados, ¡es el más educado! [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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