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las abejas huyen de los enjambres de tábanos o abejorros. Porque, así como los que han
sido mordidos por perros rabiosos, tienen el sudor, la saliva y el aliento peligrosos, sobre
todo para los niños y para las personas de complexión débil, de la misma manera, nadie
puede tratar con estos viciosos e incontinentes sin riesgo y peligro, sobre todo cuando se
tiene una devoción todavía tierna y delicada.
Hay conversaciones que sólo sirven para recreación, las cuales se tienen únicamente para
distraerse de las ocupaciones serias; en cuanto a éstas, así como, por una parte, no es
menester entregarse a ellas, así también, por otra, se les puede conceder el ocio destinado a
la recreación.
Otras conversaciones tienen por finalidad el buen trato; tales son las mutuas visitas y ciertas
reuniones que se tienen para honrar al prójimo. En cuanto a éstas, así como no hay que ser
demasiado meticuloso en practicarlas, tampoco hay que ser desatento, despreciándolas, sino
que cada uno ha de cumplir en ello, con modestia, su deber, para evitar así la rusticidad
como la frivolidad.
Quedan ahora las conversaciones útiles, como las que se entablan entre las personas
devotas y virtuosas. ¡Oh Filotea!, siempre te hará mucho bien tener con frecuencia estas
conversaciones. La viña plantada entre olivos produce racimos oleosos, a los que se pega el
gusto del olivo: el alma que, con frecuencia, se encuentra entre personas de virtud,
forzosamente ha de participar de sus cualidades. Los abejorros solos no pueden hacer miel,
pero con las abejas, se ayudan mutuamente a hacerla: el conversar con almas devotas es una
gran ventaja para excitarnos mucho a la devoción.
En toda conversación , la ingenuidad, la simplicidad, la dulzura y la modestia son siempre
preferidas. Hay personas que no hacen un solo ademán ni un solo movimiento si no es con
tanto artificio que se hacen enojosos a todo el mundo; y, así como aquel que no quisiera
andar sino contando los pasos, ni hablar sino cantando, sería a todos antipático, así los que
toman un aire fingido y todo lo hacen a compás, importunan en gran manera en la
conversación, y, en esta clase de personas, siempre hay algún aspecto de presunción.
Hemos de procurar habitualmente que, en nuestra conversación, predomine siempre una
jovialidad moderada. San Romualdo y San Antonio son muy alabados, porque a pesar de
sus austeridades tenían siempre el rostro y las palabras llenas de regocijo, de gracia y de
cortesía. Procura estar siempre alegre con los que están alegres, y repito con el Apóstol:
«Está siempre gozosa, pero en Nuestro Señor, y que todos los hombres vean tu modestia».
Para alegrarte en Nuestro Señor, es menester que el objeto de tu gozo no sólo sea lícito,
sino también honesto. Te lo digo, porque hay cosas que, no obstante ser lícitas, no son
honestas; y, para que vean tu modestia, guárdate de las insolencias, que siempre son
reprensibles: hacer caer a uno, ensuciar a otro, pellizcar a un tercero, hacer daño a un tonto,
son bromas y goces necios e insolentes.
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Empero, además de la soledad mental, a la cual puedes retirarte siempre, en medio del
bullicio de las conversaciones, como he dicho más arriba, has de amar la soledad local y
real, no para irte al desierto como Santa- María Egipciaca, San Pablo, San Antonio, Arsenio
y otros padres solitarios, sino para estar un poco en tu habitación, en tu jardín o en otro
lugar, donde puedas, a tu sabor, recoger tu espíritu en tu corazón, y recrear tu alma con
buenas reflexiones y santos pensamientos o con un rato de buena lectura, a ejemplo de
aquel obispo Nacianceno, que, hablando de sí mismo, dice: «Paseaba conmigo mismo al
atardecer, durante algún tiempo, por la orilla del mar, porque tenía la costumbre de tomar
esta recreación, para distraerme y librarme un poco de los enojos de cada día», y enseguida
discurre acerca del buen pensamiento que tuvo y que he referido en otro lugar,. Y toma
también por modelo a San Ambrosio, hablando del cual, dice San Agustín que con
frecuencia, cuando entraba en su habitación (pues tenía siempre la puerta abierta para todo
el mundo), lo encontraba leyendo, y, después de haber esperado un rato se iba sin decirle
nada para no estorbarle, y pensando que no había de robar aquel poco tiempo que quedaba
a este gran pastor para robuster y recrear su espíritu, después del trasiego de tantas
ocupaciones. También, un día, habiendo contado los Apóstoles a Nuestro Señor que habían
predicado y trabajado mucho, les dijo: «Venid a la soledad y descansad un poco».
CAPITULO XXV
DE LA DECENCIA EN LOS VESTIDOS
Quiere San Pablo que las mujeres devotas (lo mismo se diga de los hombres) vistan con
decoro y se adornen con decencia y sobriedad. Ahora bien, la decencia en el vestir y en el
ornato depende de la materia de la forma y de la limpieza. En cuanto a la limpieza, ha de
ser siempre la misma en nuestros vestidos, en los cuales, en la medida de lo posible, no
hemos de tolerar ninguna mancha ni dejadez. La limpieza exterior es, en alguna manera, el
reflejo de la honestidad interior. El mismo Dios exige la decencia corporal en los que se
acercan a los altares y en los que tienen principalmente a su cargo la devoción.
En cuanto a la materia y a la forma de los vestidos, la decencia se ha de juzgar según las
diversas circunstancias de tiempo, de edad, de condición, de compañías, de ocasiones.
Ordinariamente, acostumbrados a vestir mejor los días festivos, según la importancia de la
solemnidad que se celebra; en tiempo de penitencia, como en Cuaresma, se viste con más
sencillez; en las bodas se llevan trajes nupciales, y en los actos fúnebres se emplean ropas
de luto; delante de los príncipes es menester un mayor realce, el cual disminuye entre los
propios familiares. La mujer casada puede y debe adornarse delante de su marido; si hace lo
mismo cuando está lejos de él, entonces cabe preguntar a qué ojos quiere complacer con
este cuidado singular. A las doncellas se les permite un mayor acicalamiento, porque
pueden lícitamente pretender agradar a muchos, aunque no sea más que para conquistar uno
solo, para el santo matrimonio. Tampoco es reprobable que las viudas que quieren casarse
de nuevo se adornen discretamente, con tal que no se muestren frívolas, pues habiendo sido
ya madres de familia y habiendo pasado por las tristezas de la viudez, se considera que su
espíritu es más maduro y sensato. Mas, en cuanto a las verdaderas viudas que lo son no sólo
de cuerpo sino también de corazón, ningún adorno es más adecuado que la humildad, la
modestia y la devoción, pues, si quieren dar amor a los hombres, no son verdaderas viudas,
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y, si no se lo quieren dar, ¿a qué tantos atavíos? El que no desea huéspedes, ha de sacar el
rótulo de su casa. Nos reímos siempre de los viejos cuando quieren presumir, y ¿por qué?
Por que esto es una necedad, únicamente tolerable en la juventud.
Seas correcta, Filotea; que no haya en ti dejadez ni desaliño: sería despreciar a aquellos con
los cuales convives, presentarte delante de ellos con vestidos ofensivos; pero guárdate de la
afectación, de las vanidades, curiosidades y frivolidades. En cuanto te sea posible, inclínate
siempre del lado de la sencillez y de la modestia, que, sin duda, es el mejor adorno de la
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